Estaba asustado, estremecido. La sangre corría a toda velocidad por sus venas.
Tenía sus ojos abiertos, turbados, y su cuerpo paralizado.
Sus músculos estaban tiesos.
Su voz estaba encapsulada.
Desesperado gritaba, gritaba silencios inescuchables.
Estaba desesperado. Una luz lo cegaba.
Alguien, Dios o tal vez la muerte, lo estaba mirando cara a cara.
Sentía que ya no podía hacer nada, pero no quería entregarse... y siguió luchando.
Sus fuerzas se acababan. No resistiría.
Estaba viviendo su propio calvario.
Sentía tormentos en todo el cuerpo, y ahora más, otro dolor, un ardor, una marca.
Fue un golpe en la espalda.
Su cuerpo luchando contra tanto mal, arremetió, y el dolor se transformó en llanto, en un grito de sosiego.
Se acabó todo. Sintió cobijo.
Como si una manta lo cubriera.
Y reparó en esos ojos.
Dulces, comprensivos, emocionados.
Ya nada podría lastimarlo.
Una voz entrometida, indiscreta, interrumpió:
- Salió todo bien... ahora debo llevarlo a neonatología, después lo verá.
Maru (para Sebita y Claudito)