Si yo pido un cortado al revés, con más leche que café... ¿Por qué me traen unas gotas de leche?Lo explico lento. Uso las palabras correctas. Hasta hago el gesto de un cafecito invertido. Deslizo una sonrisa para generar empatía.
Y sin embargo, gotas.
Una taza de café con una gota de leche flotando como si se hubiese caído por error.
Como si no me perteneciera. Como si alguien hubiese dicho: "pon menos de esto, no se va a dar cuenta" Obvio que me voy a dar cuenta. Amo el café. Lo conozco más de lo que él se conoce. Sé cuándo está quemado, cuándo está incómodo y cuándo lo revolvieron con desgano.
Pero bueno, me lo tomo igual. Porque discutir por un café mal entendido requiere más energía que tomarlo mal servido. Además, si el café no sale como espero, al menos que salga una buena historia.
Esas pequeñas derrotas que acepto con dignidad -como tomar lo que pedí sin chistar- también son historias. Y en una entendí que hay momentos que no cambian nada, pero si lo cuentas bien... pueden sacarle una sonrisa a alguien. A veces, incluso a ti.
Y lo más lindo es que siempre aparece alguien que se ve reflejado y salga con un "a mí me pasa lo mismo". Que pide queso crema y le traen mantequilla. O la dona equivocada. Historias mínimas, sí. Para escribir no hace falta una vida épica, alcanza con prestar atención y tener dónde anotar.
Así nace uno de los ejercicios más entretenidos: escribir cosas que solo tú podrías contar. Y eso apenas es el comienzo. Hay más. Mucho más. Algunos temas te van a hacer reír, otros pensar, otros emocionar... y varios, todo al mismo tiempo.
¿Lo intentamos?