Tenía apenas cinco años cuando el suelo se le fue de debajo de los pies.
Su madre se volvió a casar y a su casa entró él. Estrella de Hollywood, especialista, ídolo de la televisión, Tarzán. Un hombre que entraba en una habitación y hacía creer a todos que él era el sol.
Para los demás, Jock Mahoney era un sueño hecho realidad.
Para la pequeña Sally Field se convirtió en una pesadilla con piel humana.
El abuso empezó cuando tenía siete años.
Siempre detrás de una frase aparentemente inocente de su madre, la actriz Margaret Field:
«Jocko ha pedido que camines sobre su espalda».
La puerta se cerraba… y detrás de ella una niña caía en una oscuridad para la que aún no existían palabras.
Creció con una sensación doble: una niña indefensa y, al mismo tiempo, alguien que de algún modo “era responsable” de lo que estaba pasando. Lo más doloroso fue que su madre nunca lo detuvo. Si no lo vio o no quiso verlo, esa pregunta persiguió a Sally toda su vida.
La conclusión que se le clavó dentro fue clara:
nadie vendrá a rescatarte.
Así que aprendió a salvarse sola: a desaparecer, a leer a las personas como un parte meteorológico, a prever tormentas, a suavizar tensiones, a sonreír en lugar de gritar. A volverse “cómoda” y casi invisible.
Y luego, a los 18 años, ocurrió la paradoja: el mundo de repente exigió que todos la vieran.
La serie “Gidget”, luego “The Flying Nun”: América se enamoró de la “chica dulce y luminosa”.
Pero para ella no era solo un papel. Era una armadura.
Cuando las cámaras se encendían, ella “cambiaba de interruptor” y empezaba a desbordar risa y encanto. Las heridas reales se quedaban fuera de plano.
Por dentro, el peso de todo lo vivido. Matrimonios y divorcios tempranos. Una relación tormentosa con Burt Reynolds, que después ella misma llamaría el eco de un trauma antiguo. Un intento constante de “arreglar algo roto” dentro de sí.
Y al mismo tiempo, una lucha por el derecho a no ser “la chica mona”, sino una actriz de verdad.
Estudiar, ir a castings, soportar rechazos.
Hasta que llegó “Norma Rae” (1979): el papel de una trabajadora de fábrica que por fin se levanta y grita. Con ella, por primera vez, gritó de verdad también Sally.
Por ese papel ganó su primer Óscar.
El segundo llegó cinco años después.
Luego vinieron “Steel Magnolias”, “Mrs. Doubtfire”, “Forrest Gump”, “Lincoln”… Una carrera construida no sobre la “ternura”, sino sobre una honestidad brutal consigo misma y con el público.
Pero la verdad enterrada muy hondo no había desaparecido.
El padrastro murió en 1989. Su madre envejeció.
Y ella seguía callando.
Hasta 2012.
Con 65 años, trabajando en el papel de Mary Todd Lincoln, sintió que ya no podía seguir en silencio. «Apenas podía respirar. Tenía que sacar lo que estaba pudriéndose dentro».
Por primera vez en medio siglo le dijo a su madre la verdad sobre aquellas habitaciones a las que la enviaban y sobre lo que ocurría tras las puertas cerradas.
Después vinieron siete años de escritura. No solo unas memorias, sino excavaciones en su propia alma.
En 2018 se publicó su libro “In Pieces”: una historia de violencia, de un aborto a los 17, de trastornos alimentarios, relaciones destructivas, terapia y un proceso muy lento de reencontrarse consigo misma.
Hoy, con más de 70 años, Sally Field puede decir que su mayor acto de valentía no son sus Óscars.
Es la verdad.
La capacidad de volver a esas mismas habitaciones donde antes solo sobrevivía y ponerle nombre a la oscuridad. De recoger cada uno de los pedazos de sí misma y susurrar:
«Esta soy yo. Entera. Por fin».
Escribe: «Estoy en pedazos. Y creo que siempre lo he estado».
Pero incluso con pedazos se puede reconstruir una vida.
Y a veces son precisamente las grietas el lugar por donde, al fin, consigue entrar la luz.
Que su historia le recuerde a cada uno y cada una de nosotros:el silencio no cura. Cura la verdad, el apoyo y el derecho a tu propio “yo”, aunque esté roto en un millón de partes.
Tomado de la red
Saludos

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