De repente me da por pensar tonteras como:
° En la semana que estoy sola caerme una mañana en la ducha y quedarme ahí tirada mientras el agua no para de mojarme; permanecer inmóvil, desnuda, entregada a la caída sin ningún asomo de dignidad; que pasen días antes de que alguien comience a buscarme y si para ese entonces no he muerto, el agua siga corriendo sobre mí. Sé que esa sería la tortura más brutal, no tanto por la temperatura sino por ese eterno caer.
° Me doy cuenta de que le temo al silencio, a las palabras no pronunciadas, a lo invisible, a lo ilegible, a lo intraducible. En el silencio no están escritos nuestros miedos. Están escritas las verdades que no queremos ver porque sentimos que no las merecemos, porque son verdades que nos hacen grandes y no queremos crecer, porque da susto aceptar que somos infinitos y que todo lo podemos.
° Pienso mucho antes de dormir. Habito por largas temporadas espacios con límites difusos. Tengo muchos más miedos de los que estoy dispuesta a admitir. Me duelen las rodillas, los brazos, los pies, la espalda. Sobre todo me duelen los brazos y las manos.
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° Todos estamos llenos de fronteras. Todos andamos por ahí con nuestras heridas a la derecha, nuestras alegrías a la izquierda. Pero nuestras fracturas siempre sanan. Es quebrarnos lo que nos permite volver a armarnos a nuestro antojo. Son nuestras continuas muertes las que nos permiten
reinventarnos. Sacudirnos los miedos o los dolores que tenemos pegados al cuerpo y volver a nacer.
° Pensar que el gluten es el gran enemigo de esta generación. Nadie lo ve pero todos le temen.
En fin, no los aburro más con mis pensamientos.
Les deseo lo mejor y hasta la próxima.
Maru