Iba al banco. Llevaba
una trenza hacia el lado. Iba llegando y
alguien me tira de la trenza por detrás.
Pensé “alguien conocido”, raro, porque conozco muy poca gente en esta
ciudad.
Luego siento un tirón más fuerte, digo ¡”suéltame”! y me doy vuelta como
puedo. ¡Sorpresa! Era un tipo joven, con
un evidente retraso mental. Me
asusto. ¡”suelta”!, digo más fuerte. La gente se fija, pero, como siempre, duda si
intervenir o no.
El chico ahora me toma la trenza con las dos manos y tira. Yo me desespero. Le pegaría, pero me da pena, está claro que
no tiene noción de lo que hace. Trato de
sacarle las manos pero tiene fuerza, mucha más que yo. Me duele el casco del tirón de mi pelo.
No hallo qué hacer, doy vueltas y él da vueltas conmigo. La gente todavía no se decide a intervenir.
Cuando ya me decidía a pegarle, se oye una voz agitada
“¡Toño, noooo”! ¡Toño, suéltala! ¡Toñooo!
Una señora de mucha edad, corre con la velocidad que se lo
permite su edad, o sea, ninguna. Llega y
lo toma del brazo, del hombro, le habla casi con ternura, “suelta, vámonos,
suelta”. Toño se ríe con una voz sin
sentido. Me suelta.
La señora lo empuja y lo obliga a irse con ella. Nada dice la señora.
Toño se da vuelta, se ríe y me muestra triunfante el colet
que me sacó de la trenza, con varios cabellos enredados en él.
Cosas que pasan.
Maru
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