La princesa
La princesa está cansada. Tanto posar, tanto fingir. Le duele la espalda, no soporta los zapatos que le hieren los pies.
Extraña la época en que llegaba a su casa y tiraba lejos los zapatos y se ponía sus viejas y cómodas pantuflas.
Eso de estrenar vestido tras vestido seguro es el sueño de toda mujer, pero ella ya está cansada de pruebas y ensayos, sólo desea un día de piyama.
Pero no puede, el protocolo no lo permite, ni siquiera en la intimidad de su palacio. Tiene que estar a la altura de su alcurnia y de su príncipe.
Ya no hay tardes de tele viendo películas de esas tontas para llorar, comer palomitas de maíz al por mayor y poner las piernas en alto.
Ya no puede hacerlo. Siempre la vigilan, no puede salirse de la dieta, no puede siquiera despeinarse.
Vive en una jaula de oro. A su príncipe casi no lo ve y no pueden hacer una vida normal de pareja. Nada de caminar solos de la mano, de ir al cine, de escaparse un fin de semana a cualquier parte. Ya no recuerda la comida casera que preparaba su mamá. De la comida chatarra ni hablar.
¡Ha ganado tantas cosas! ¡pero ha perdido tantas otras!
¿Y si… y si un día despierta y se ha convertido en rana?
Maru
8 de enero 2016