sábado, 25 de noviembre de 2023

De azahares y pandemias

 

En el futuro, si tengo nietos (parece que no), les contaré que nací en la ciudad donde ocurrió el terremoto más grande de la historia de la humanidad (Valdivia, Chile); que crecí en una dictadura brutal, y viví el tránsito a la democracia sin revolución; que viví dos megaterremotos, uno con tsunami que hizo bolsa la costa de dos regiones; que vi el rescate inédito de 33 mineros que sobrevivieron meses bajo tierra; que tuvimos a la primera mujer presidente de la historia de Chile y Latinoamérica; que vi la erupción de los volcanes Calbuco y Chaitén; que vi a la selección de fútbol chilena ganarle dos copas históricas a Argentina; que también viví una revolución por causa de subir 30 pesos el pasaje del metro, en que el número de la gente que protestaba era dividida por 10 por las autoridades; que hubo una represión brutal por parte del ejército y policía que dejó muertos, mutilados, ciegos, torturados y abusados sexualmente. Y en medio de todo esto... llegó una pandemia global que nos obligó a escondernos en casa porque se propagaba por el aire; vi cómo los políticos quisieron seguir robándole al pueblo y cómo algunos valientes se la jugaron... Que tuvimos un presidente de 37 años. Y seguro que se agregarán muchas cosas más con el tiempo y que me quedo corta...

Y mis nietos me mirarán y dirán:

¡Puta la vieja mentirosa!

Saludos

Maru

lunes, 6 de noviembre de 2023

Yo no leo novelas románticas (desahogo de Marcelo)



Las románticas son una secta casi religiosa. Nada las distingue a simple vista, nada las destaca, pero existen, están, se mueven entre nosotros.  Las románticas hacen de sus vidas un culto al relato amoroso, los personajes de sus libros existen realmente, la vida transcurre primero en el plano literario y después en el real. Bueno, es que el real para ellas es claramente el otro.Cuando mi mujer me llama "Jamie", por ejemplo, es porque el hecho de que en realidad yo me llame Marcelo es para ella absolutamente abstracto. Ella a quien ama es a Jamie, y yo -es decir Marcelo- soy apenas la palidísima sombra de lo que puede ser un héroe de las novelas románticas.  Si yo no hubiera asumido eso hace tiempo tal vez me habría separado, pero opté por aceptarlo y yo mismo a veces en la soledad me llamo "Jamie", y lo que es peor (horrible, realmente) es que también me desprecio (como Marcelo). Y sin haber leído nunca una novela romántica.  A veces se me da por observar a mi mujer cuando lee alguna de sus novelas. Está tan abstraída, que yo le podría saltar encima y ella no se daría cuenta. Si yo le hablo en ese momento levanta su cabeza lentamente para mirarme como a la distancia, lejanamente. Yo comprendo entonces que ella anda por quién sabe qué siglo y en brazos de quién sabe qué hombre.  Pero lejos de inquietarme yo sé que esas lecturas pueden tener un gran beneficio para mi. Obviamente que Jamie, o Peter o Edward o como se llame el héroe de turno, podrán tener lo suyo pero a favor mío corre la irremediable tangibilidad. Muchas veces he visto a mi mujer terminar un capítulo para quedarse mirándome con libinidosa apetencia, entonces no importa si se me tira encima llamándome Jamie o lo que sea, lo cierto es que se suceden momentos de fragoroso cariño, inolvidables.  La casa tiembla, vuelan las prendas, los armarios se resquebrajan, todo viaja por el tiempo y por el espacio y hasta la explosión original del cosmos es una papita.  Cuando todo cesa ella vuelve a su vida de lecturas con la devoción de siempre, y yo, agotado y dichoso, pienso entonces: qué cosa extraordinaria es la novela romántica.

Marcelo