Cuando se hizo un silencio pasó un ángel; las cinco lo supimos.
No nos causó extrañeza, porque así es como sucede cuando cinco mujeres se reúnen y dejan que sean sus sentimientos los que suelten palabras como flores, como livianos pájaros, palabras que dibujan sus almas.
Porque en la mesa de cinco no se han reunido maquillajes y ropas, edades, poderes y mentiras, sino historias que se mecen como hierbas en la brisa, se acercan, se comparten, se desnudan, oscilan como péndulo de reloj que no cesa, y pasan de una a otra derribando tiempos y barreras.
El pasado, el presente y el futuro es esto que está aquí, lo que tenemos, lo que somos.
Cada segundo vivido, cada segundo...
Lo que fuimos, lo que anhelamos ser.
Lo que pensamos.
Lo que dejó huella en nuestro rostro.
Lo que será... lo que seremos.
Una casualidad nada casual.
No existen las sorpresas.
Todo lo creamos con nuestro deseo y nuestro empecinamiento.
Nada sucede porque sí.
Ni siquiera una flor nace del aire.
Para cualquier creación se necesita una semilla, pequeñita y sabia, que contenga toda la información que usará en su viaje de semilla a rosa, a árbol, a bosque, a selva, a universo...
Sin saber que sabemos, tenemos en nosotros las respuestas a todas las preguntas que nos formulamos.
Y, sin embargo, andamos por ahí buscando fuera, sin darnos cuenta de que, bajando la voz para aquietarnos y asomándonos a nuestra alma, encontraremos todo.
Por eso, esta mesa de cinco es así de mágica.
Porque lo que no me animo a mirar en mí, lo puedo ver en estas cuatro amigas, como ellas ven en mí...
Y entre las cinco construimos un refugio para defendernos de los miedos, la soledad, la rabia, la vergüenza, las pérdidas, los pesares, los abandonos.
Unas empezando la vida; otras, de vuelta de tantas cosas...
Pero las cinco inaugurando una amistad capaz de hacer de todo para que la que esté triste sonría y la que llora, deje de llorar; capaz de disfrazarse de payaso, de bajar la luna aunque diga "no me pidas la luna porque no puedo ir a buscarla". Capaz de hacer florecer los jazmines en junio y las violetas en diciembre, para levantarnos el alma...
Qué sé yo... esas cosas que la amistad hacía en la infancia sin preguntarte cuánto calzabas o qué auto tenías... sino a qué te gustaba jugar y qué querías ser cuando fueras grande...
Qué sé yo... esas cosas que la amistad hacía en la adolescencia sin preguntarte el apellido...
Curarte el corazón con parchecitos de ternura, descoserle las costuras al tiempo y dejar que miles de palabras pongan a secar su llanto sobre la mesa de un bar, de tu casa, de mi casa... sin apuro, sin relojes, sin jueces, sin reproches.
Cuando se hizo silencio, pasó un ángel.
Las cinco lo supimos.
Las cinco sentimos el movimiento del aire que produjo su aleteo, el olor a hojas de naranjo y a florcitas de noviembre.
Casi se veían brillar nuestros corazones.
Pasó un ángel.
Las cinco lo supimos.
¿Cómo no saberlo?
Jamás lo olvidaremos.
(Poldy Bird)