lunes, 14 de mayo de 2007

Cordones....


Si uniéramos todos los cordones umbilicales que han precedido al tuyo, sellando herméticamente sus junturas, obtendríamos una fontanería orgánica por la que una cucaracha podría llegar caminando hasta el primer vientre de la historia, saliendo a su superficie como por el sumidero de un lavabo. No es difícil vivir una experiencia parecida si se dispone de un pasillo largo. Te habrá ocurrido en alguna casa a la que habías sido invitado para celebrar una fiesta incomprensible, cuando al asomarte al pasillo, y atraído por el resplandor de la cocina, no pudiste controlar las ganas de internarte en él con la excusa de ir a buscar un hielo. Mucha gente se da la vuelta antes de llegar. Por eso se cruza uno con tantos invitados que regresan con la expresión y la copa vacías.
En cualquier caso, a medida que uno progresa por el interior del cordón va transformándose en un insecto lleno de patas enormemente funcionales. Y cuando alcanza la cocina, si no se ha rendido antes se encuerntra ahí con otros insectos que fuman o beben o intercambian feromonas con naturalidad perturbadora. Dado que por lo general están ensimismados, uno puede ir de acá para allá, buscando restos de comida en los alrededores del fregadero sin llamar la atención. Una vez saciada le hambre, conviene asomarse de nuevo al cordón umbilical, es decir, al pasillo, y soplar con todas las fuerzas de que uno disponga para oír cómo el viento de la historia personal recorre ciego de furia los úteros de los que procedemos dando, como el soplo de Dios, vida (y en consecuencia muerte) a todo lo que toca. Hay siempre un punto de tristeza en ese instante que coincide con la obtención del hielo, cuyo tacto te abrazará los dedos y el corazón.
Enseguida, tras lanzar una mirada melancólica al conjunto, vuelve uno en dirección contraria, hacia la fiesta. Y a medida que progresa va perdiendo patas y élitros, y se va irguiendo, de manera que llega el futuro convertido en un hombre, y como hombre que es negocia con sus semejantes, y en lugar de feromonas intercambia palabras; con suerte, ideas. De vez en cuando, todavía escucha aullar el viento a través del túnel y entonces le dan ganas de llorar.
Juan José Millás

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