lunes, 26 de febrero de 2007

La piel de Dios...




Tengo el corazón apretado. Duro. Abrumado. No me decidía a escribirte por no querer contagiarte con mi pena. Sin embargo, en tu carta me reprendes por el largo silencio y con ternura me recuerdas que en el amor también se comparten las amarguras.
Tengo los hombros firmes, me dices, y entre los dos la carga será más liviana. “Si de verdad me amas, me permitirás entrar en tu desgracia y acompañarte en estos momentos de fragilidad”.
No puedo con tus argumentos, y me desnudo.
Tomo papel y lápiz y te escribo, tocando fondo en mi desolación.
El dolor me tiene paralizada, ni siquiera atino a gritar. Repaso mentalmente una y mil formas de enfrentar este golpe. Golpe inesperado. Golpe-mordisco. Golpe que hace tambalear mi fe y mis certezas.
Me falta el aire. Como pez arrancado del agua, boqueo desesperada.
Te pregunto lo que opinas, cómo ves la situación. Y por respuesta me mandas callar: Ya habrá tiempo para discutir el asunto. Por ahora, acepta la invitación de ese loco iluminado poeta, cuya lectura tantas veces hemos compartido y date permiso para llorar.
“Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las cañerías, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto”.
Hundo la cara en tu carta, en ese magnífico pañuelo que me ofreces desde la distancia y te obedezco, y lloro con todo el cuerpo.
Y ocurre algo misterioso. Parece mentira, pero al llorar, la pena es menos pena; como si se fuera diluyendo en el agua que derramo.
El sollozo va cediendo poco a poco y la esperanza, que creía perdida, va despertando como un gatito después de la siesta.
Tengo mucho por andar.
Lentamente retomo mis pasos.
Lentamente, con tu ayuda, me recobro.
Y con gozo comprendo, como en una súbita iluminación, por qué los indios chiriguanos, del pueblo guaraní, llaman de modo tan curioso al papel. Como éste puede llevar mensajes a los amigos que están lejos, lo llamaron la piel de Dios.
Nunca antes, algo me resultó tan evidente.
Tu carta, un mensaje de consuelo.
Tu carta, un mensaje de que en la distancia estás conmigo.


Desconozco el autor

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El alma se alimenta de palabras, y tus palabras son muy importantes para mí. Déjame algunas y seré muy feliz.